jueves, 13 de febrero de 2014

Rafael: La Escuela de Atenas


Pintura al fresco. 8 metros de ancho. 1508-1511. Stanza della Segnatura, Ciudad del Vaticano.

Recien llegado a Roma en 1508, Rafael recibe el encargo de decorar las tres Estancias de los Palacios Vaticanos, en las que se observa su evolución hacia el manierismo. La Stanza de la Segnatura (sede de un tribunal) es la primera de ellas. Tiene forma cuadrada, y bóveda de arista rebajada. El programa iconográfico, posiblemente establecido por el papa Julio II, es típicamente renacentista: las distintas vías de acceso al conocimiento, la revelación y la razón, como observamos en el siguiente esquema:

Tondos de la bóveda       Pechinas                   Muros
La Teología                       Adán y Eva                  Disputa del Sacramento
La Filosofía                       Primum mobile            Escuela de Atenas
La Justicia                        Juicio de Salomón       Justiniano (lo civil) y Gregorio IX (lo canónico)
La poesía                         Apolo y Marsias           Apolo en el Parnaso

Rafael quiere representar en La Escuela de Atenas el triunfo de la filosofía antigua y pagana, que ha adquirido una relevancia nueva en el Renacimiento. Crea un escenario de majestuosas construcciones, que podemos relacionar tanto con las ruinas de termas y basílicas romanas, como con los proyectos de Bramante para el nuevo San Pedro. En todo caso, ahora simboliza el Templo de la Sabiduría. Es una perspectiva monofocal, y todas las líneas confluyen en un centro físico y moral: las figuras de Platón y Aristóteles, que resaltan sobre el arco del fondo abierto a un cielo límpido.

Platón, identificable por su libro Timeo, aparece como anciano (copia los rasgos de Leonardo). Con la mano derecha señala hacia arriba, en referencia explícita al idealismo. Junto a él Aristóteles, con la Ética, extiende la mano con la palma hacia abajo, alusión al realismo. Ambos conversan al mismo tiempo que avanzan hacia nosotros con paso mesurado.

A ambos lados, en una larga línea, se distribuyen sabios y filósofos. Entre ellos destaca a la izquierda la figura de Sócrates (con los dedos enumera los pasos de un silogismo), que conversa con sus discípulos. El joven del yelmo posiblemente sea Alcibíades. En dos grupos situados a un nivel inferior y más próximos a nosotros reconocemos otros personajes. A la izquierda, Pitágoras realiza cálculos en un gran libro mientras le sostienen una pizarra. Hacia el centro Heráclito medita y escribe acodado sobre un bloque de mármol. Se reconocen en él los rasgos de Miguel Ángel. A la derecha vemos al cosmólogo Zoroastro (con la esfera celeste), y al geógrafo Ptolomeo (con el globo terráqueo). El discípulo situado a su derecha se distrae y nos mira: es un autorretrato de Rafael. Mientras, Euclides traza figuras geométricas con un compás sobre una pizarra. Su rostro parece ser el de Bramante. Sólo Diógenes aparece aislado e indiferente, echado descuidadamente en las escaleras, en signo de austeridad y en representación de su doctrina.

Desde el punto de vista formal, es de subrayar la claridad compositiva que se obtiene a pesar del número elevado de figuras, con posturas, gestos y trajes diferentes. La sensación no es de desorden sino de armonía.


La bóveda
Apolo en el Parnaso
La jurisprudencia y las virtudes
La Disputa del Sacramento
La Escuela de Atenas






Platón (Leonardo) y Aristóteles
Sócrates
Alcibíades o Alejandro Magno
Heráclito (Miguel Ángel)
Euclides (Bramante)
Pitágoras; detrás, Hipatia (Francesco Maria della Rovere)
Zoroastro o Estrabón (Baltasar de Castiglione)
Apeles (Rafael) y Protógenes (Il Sodoma)
Me temo que esta no sirve de gran cosa
Vasari, en la Vida de los más excelentes pintores y escultores, nos describe la Stanza:

Habiendo sido muy agasajado por el Papa Julio a su llegada, Rafael comenzó en la cámara de la Signatura una composición en que representó a los teólogos poniendo de acuerdo a la filosofía y la astrología con la teología. Allí están representados todos los sabios del mundo, que disputan en diversas actitudes. Se ve de un lado a algunos astrólogos que han trazado en tablitas ciertos signos y caracteres de geomancia y de astrología y las mandan por intermedio de Ángeles bellísimos a los Evangelistas. Entre ellos está Diógenes con su escudilla, echado en la escalera, figura muy pensativa y abstraída, que merece ser alabada por su belleza y por su ropaje tan descuidado. También se ve a Aristóteles y Platón, que llevan en la mano, uno el Timeo , el otro, la Ética . Los rodea un numeroso grupo de filósofos. No se puede expresar la belleza de esos astrólogos y geómetras que dibujan en las tabletas con sus compases muchísimas figuras y signos. Entre los mismos, está un joven de gran hermosura, que abre los brazos como maravillado e inclina la cabeza: es el retrato de Federico II, duque de Mantua, que se encontraba a la sazón en Roma. También hay un personaje que, inclinado hacia el suelo, con un compás en la mano, traza un círculo en las tablas. Dicen que es el arquitecto Bramante, retratado a lo vivo. Al lado está una figura de espaldas, que tiene una esfera celeste en la mano y representa a Zoroastro. Junto a ella se encuentra Rafael mismo, autor de la obra, que se pintó mirándose en un espejo. Es la suya una cabeza joven y de aspecto muy modesto, llena de agradable benevolencia; tiene puesto un gorro negro.

No puede decirse la belleza y la bondad que se advierte en las cabezas y figuras de los Evangelistas, en cuyos rostros están pintadas una atención y una preocupación muy naturales, especialmente en quienes escriben.

Aparte de las originalidades de detalle, que son por cierto bastantes, la composición de todo el fresco está realizada con tanto orden y tanta mesura, que Rafael mostró verdaderamente en su obra de ensayo aspirar a quedar dueño del campo, sin competidor alguno, entre los que manejaban los pinceles. Adornó esta obra con una perspectiva y muchas figuras terminadas en estilo tan delicado y dulce, que el Papa Julio ordenó borrar todas las composiciones de los demás maestros antiguos y modernos, para que Rafael solo conquistase el mérito de los esfuerzos realizados hasta entonces en aquella obra. Si bien, por orden del Papa, hubo que echar por tierra la pintura de Giovan Antonio Sodoma da Vercelli, que estaba sobre la composición de Rafael, éste quiso servirse de la distribución de la misma y de sus elementos grotescos. Y en los medallones, que son cuatro, hizo figuras alegóricas de las composiciones que están debajo y vueltas hacia ellas. Del lado donde pintó a la Filosofía y la Astrología, la Geometría y la Poesía que se ponen de acuerdo con la Teología, hay una figura de mujer que representa el Conocimiento de las cosas; está sentada en un sitial que tiene por sostén a cada lado una diosa Cibeles, con los múltiples pechos que los antiguos atribuían a la Diana Polimaste; su vestido es de cuatro colores que representan a los elementos: de la cabeza para abajo es del color de fuego y bajo la cintura, del color del aire; del bajo vientre a las rodillas es del color de la tierra y el resto, hasta los pies, es del color del agua. La acompañan algunos angelotes verdaderamente bellísimos. En otro medallón, vuelto hacia la ventana que se abre sobre el Belvedere, está representada la Poesía bajo la forma de Polimnia coronada de laurel; tiene una lira antigua en una mano y un libro en la otra. Con las piernas cruzadas y expresión y belleza de inmortal en el rostro, alza los ojos al cielo; la rodean dos niños vivaces y despiertos, que forman composición con esa figura y las demás. De este lado hizo después, encima de dicha ventana, el Parnaso. En otro medallón que está sobre la composición en que los Santos Doctores ordenan la misa, hay una Teología con libros y otras cosas, además de niños semejantes; no es menos hermosa que las anteriores. Y sobre la ventana que da al patio, hizo en el cuarto medallón una Justicia con sus balanzas y la espada levantada; junto a ella están los mismos angelotes, de gran belleza. Puso allí a la Justicia porque la composición correspondiente es aquella en que se dictan las leyes civiles y canónicas.

Quedó el Papa tan satisfecho de esta obra que para poner en la sala espaldares tan valiosos como la pintura, llamó de Monte Oliveto di Chiusuri, lugar de Siena, a Fray Giovanni da Verona, gran maestro, a la sazón, en ensamblados de madera.

En cuanto a Rafael, creció el aprecio de su talento de tal manera, que siguió pintando, por encargo del Papa, la cámara segunda, hacia la sala grande.

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