viernes, 7 de marzo de 2014

Rubens: El rapto de las hijas de Leucipo


Óleo sobre lienzo. 222 por 209 cm. 1618-1620. Pinacoteca Antigua de Munich

El tema de esta composición es mitológico: el rapto de las hijas de Leucipo, rey de Tebas, llamadas Hilaíra y Febe por parte de los Dioscuros, Cástor y Pólux (a su vez, hijos de Zeus y de Leda). El rapto se produce con gran violencia, puesto que las hermanas habían sido prometidas a las hijas de Alfareo. Cástor levanta desde el caballo a Hilaíra, mientras Pólux trata de vencer la resistencia de Febe. Además aparecen dos amorcillos: uno se aferra al encabritado caballo de Pólux, mientras el otro retiene al caballo de Cástor por la brida.

La composición está definida por un dinamismo extremo; como es habitual en el barroco el movimiento se expresa en acto. No aparece aquí la composición equilibrada y simétrica propia del Renacimiento, sino que presenta un ritmo convulso, articulado por curvas y diagonales. La principal de ellas es señalada por el brazo extendido de Hilaíra; en torno a este eje se posicionan las figuras de la obra, que se compensan en uno y otro lado de la diagonal. Pero hay otros ejes que se entrecruzan con aquella, acentuando el ritmo dramático de la obra, como el que pasa por las cabezas de los tres personajes del plano superior. A la vez todas las figuras se cierran en un claro círculo.

En esta composición, unos diez años posterior al Descendimiento de la catedral de Amberes ya es apreciable la evolución que ha sufrido el estilo de Rubens: se han abandonado los fuertes claroscuros de raíz caravaggiesca de su etapa temprana, y la luz y el color de indudable eco veneciano se han adueñado de su paleta: colores brillantes, vivos, que emanan  luminosidad desde si mismos, sin que una iluminación exterior venga a mostrarlos. Los rojos se muestran opulentos, las carnes de las mujeres de Rubens, típicamente nórdicas, brillan con esplendor propio. Los colores de los caballos tienden a tonos más apagados, mientras que grises-azulados dominan el cielo y en la parte inferior, en la que como buen flamenco el paisaje tiene su propio protagonismo, los ocres y verdes dominan la visión.

La pincelada de Rubens, cimentada sobre un dibujo poderoso, de contornos escultóricos que recuerda a Miguel Ángel, también ha evolucionado desde sus obras iniciales. Es cada vez más suelta y amplia, pero sin perder el sentido fotográfico del detalle propio de la tradición flamenca al menos desde los Van Eyck: así asistimos a un esmerado virtuosismo y sentido del detalle en el trenzado del cabello o en los adornos de Febe, en el mismo paisaje, en los reflejos y valores lumínicos de la armadura de Cástor entre otros muchos ejemplos.




Dos homenajes:

Dibujo de Darío Muzzi
Pablo Ferrer, Still Life Nº 2, 2002, óleo sobre tela, 304 x 256 cm

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